lunes, 2 de junio de 2014

Sobre el ideal republicano

Hay debates cuyo contenido simbólico supera al racional y debates cuyo contenido racional supera al simbólico. Generalmente los segundos pueden conducirse de un modo mas sosegado que los primeros. Y es mas fácil que una persona cambie de opinión en el marco de un debate racional que en marco de un debate simbólico. Generalmente también, los debates racionales versan sobre lo cotidiano, mientras que los simbólicos versan sobre lo trascendente.

En política, además, existe la tendencia a construir debates simbólicos como tapadera de otros debates mas profundos, cotidianos y racionales. Sobre todo cuando estos últimos ponen en cuestión la supervivencia de determinada casta política. Un buen ejemplo lo tenemos en la antigua Yugoslavia: tras la muerte de Tito, en medio de la crisis que azotó a todos los regímenes "comunistas" (las comillas son intencionadas) de Europa del Este, los políticos de la nomenclatura yugoslava mutaron de comunistas en nacionalistas, con el objetivo prioritario de mantenerse en el poder cada uno en su pequeño feudo. Los resultados de tal estrategia son suficientemente conocidos como para que no necesite extenderme sobre ellos.

En Cataluña hemos tenido un reciente ejemplo de tal estrategia. Tras abanderar los recortes en sanidad y educación mas brutales de toda España y ante la explosión de descontento que se puso de manifiesto en la Diada, el President Artur Mas decidió ponerse a la cabeza del nacionalismo catalán. No ha habido marcha atrás en los recortes, que es de suponer siguen creando el mismo sufrimiento que antes. Es mas, el debate sobre los recortes parece haber quedado aplazado ante la urgencia del debate soberanista sobre derecho a decidir de los catalanes. Debate al que el propio Gobierno de España ha contribuido con su cerrazón. De nuevo un debate simbólico que se superpone y oculta a un debate mas profundo, cotidiano y necesario.

Hay en este mecanismo de la política algo de profundamente religioso. En realidad, este mecanismo de transformación de lo cotidiano en los simbólico no lo inventaron los políticos nacionalistas sino los profetas de las religiones monoteistas (si no es aún mas antiguo). Lo que late en el fondo de tal transformación de lo cotidiano en lo simbólico (o de lo inmanente en lo trascendente, que diría Gramsci) es el concepto de Redención. Se trata, en el fondo, de una cuestión de fe: cuando lo simbólico prevalezca (la nación Serbia, o la Croata, o la Catalana...), lo cotidiano se resolverá por si solo, pues el enemigo exterior (el Diablo, los falsos profetas, las falsas religiones...) es la causa de todo mal. Que este milenarismo adopte formas "políticamente correctas" como la Religión Católica o "políticamente incorrectas" como algunas herejías medievales es otra cuestión, pero se trata de milenarismo al fin.

La oportuna abdicación del Monarca de España amenaza con generar otro debate simbólico acerca del régimen, que oculte el creciente descontento de la población acerca de cuestiones mucho mas cotidianas: el derecho a una vivienda digna, el derecho a un trabajo y a un salario digno, la cuestión de como y quien debe pagar la deuda pública y la privada (incluyendo qué parte de ella debe pagarse y que parte cabe calificar de "deuda odiosa"), etc... Todos estos debates ¿Serán reemplazados por el debate acerca de la forma de estado: Monarquía o República?

Espero que no

Soy republicano, en el sentido de que defiendo una ética republicana de la política. Esta ética implica no solo que los cargos públicos deben ser elegidos por el pueblo, sino que además deben rendir cuentas y ser austeros en la gestión de los recursos públicos. Y no sentir apego por el cargo (nada pues de cargos vitalicios, como en la monarquía). Espero que algún día España sea republicana en ese sentido profundo. Pero al mismo tiempo soy consciente de que un mero cambio en la forma del Estado no garantiza eso. Dos de los dictadores mas sanguinarios del mundo (Obiang en Guinea Ecuatorial y Salazar en Portugal) son o fueron Presidentes de la República. La República a la que aspiro no es un acto de redención imposible que cambie de un plumazo aún mas imposible una realidad nada republicana. Es la culminación de un proceso que empieza por lo cotidiano: el derecho a la vivienda, el derecho a un trabajo digno... el derecho a la pereza también.

No nos dejemos embarcar en un debate sobre los símbolos del Estado. Es el peor servicio que le podemos prestar al ideal republicano.


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