miércoles, 15 de abril de 2020

EL CORONAVIRUS, LAS PERSONAS MAYORES Y LAS RELACIONES LABORALES


El coronavirus nos está haciendo tomar conciencia, con horror, de hasta qué punto hemos descuidado nuestras relaciones con las personas mayores. Las repetidas noticias de ancianos que mueren por centenares en residencias, al parecer no suficientemente dotadas para hacer frente a la pandemia, nos horrorizan y nos hacen preguntarnos si el problema no irá mas allá de estas deficiencias, clamorosas en algunos casos, y no estaremos ante un problema sistémico que afecta a la base de nuestras relaciones familiares y laborales.
La familia española ha sufrido un cambio radical desde los años 70 al menos, que no hizo sino reflejar los cambios sucedidos en Europa y en todo el Mundo.

En los años 60 la familia española típica descansaba sobre dos pilares fundamentales: el "cabeza de familia" casi siempre, por no decir siempre, masculino y la "madre" de familia. El primero cumplía la función esencial de allegar recursos económicos para el sustento de la familia, a costa de jornadas laborables muchas veces agotadoras, cuyo paradigma era el tristemente famoso "pluriempleo", que en estos tiempos de paro y desempleo vemos con algo exótico, pero que durante los años del franquismo fue lo que permitió sobrevivir a muchas familias en tiempos de penuria y sobreexplotación exacerbada de los trabajadores. La figura de este "padre de familia" extenuado se completaba con la figura de la "madre" de familia, encargada de gestionar y mantener el hogar y de cuidar del resto de los miembros de la familia, niños y ancianos incluidos.

Este modelo de familia, del que todos los que tenemos cierta edad hemos sido testigos,  generaba unas relaciones de poder que a veces degeneraban en relaciones de dominación, que han sido analizadas suficientemente por el movimiento feminista y en las que no me voy a detener ahora. Lo digo simplemente para poner de manifiesto que se trata de un modelo de familia ya obsoleto y al que nadie puede plantearse seriamente retornar. Pero preciso es reconocer que este modelo resolvía una serie de problemas, entre ellos el del cuidado de las personas mayores, que esta pandemia ha puesto de manifiesto de manera cruel.

A partir de los años 70, como digo, este modelo de familia entra en crisis como consecuencia de la incorporación de las mujeres al mercado laboral y del empoderamiento que ello supone. Pero sin que se produzcan cambios sustantivos en el papel - si no real, al menos imaginado - del cabeza de familia masculino. Las tensiones que ello provoca son conocidas y forman parte de la historia del movimiento feminista, que ha sido una de las principales fuerzas sociales transformadoras del siglo XX y muy probablemente lo continuará siendo por muchos años del siglo XXI. Sin embargo, si el "pater familiae" mantiene su rol y la "mater" debe compaginar sus cuidados con una cada vez mayor presencia en el mercado laboral, es evidente que los que se resienten son los miembros más débiles de la familia: los niños y los ancianos.

El problema se ha resuelto en España y en otros muchos países externalizando los cuidados de niños y mayores, es decir mediante la creación de guarderías y de residencias, públicas y privadas. Y mas recientemente con la figura de los cuidadores y cuidadoras, en muchos casos inmigrantes, que todos podemos ver diariamente en nuestro entorno, un fenómeno que ha dado lugar también a fenómenos de explotación laboral en los que no me voy a detener tampoco, pero que no me resisto a mencionar.

Volviendo a las residencias para personas mayores, estamos ante una solución al problema estructural ya mencionado. Las residencias han pasado de ser una excepción para resolver problemas puntuales de dependencia extrema, a ser una norma generalizada a la que recurrimos por sistema a la hora de gestionar los cuidados que nuestras personas mayores deben recibir. Mas allá de los casos de picaresca y/o egoísmo que puedan desembocar en instalaciones deficientes, me pregunto hasta qué punto no es el propio sistema el que falla y si no hay un terrible error de base en pensar que el destino de toda persona mayor es morir en una residencia de ancianos. Y hasta qué punto no es inevitable, y una cruda manifestación de dicho error, que la acumulación de personas consideradas "de riesgo", aunque en principio sanas, en un espacio inevitablemente limitado conduzca a casos de contagio colectivo como los que estamos viendo en estos momentos. Y me pregunto también qué hubiera sucedido si esta pandemia, en lugar de afectar sobre todo a las personas mayores, afectase sobre todo a los niños, como ocurriría con un patógeno derivado por ejemplo del sarampión, también causado por un virus. ¿Tendríamos también un problema con las guarderías similar al que ahora tenemos con las residencias de mayores?

No es mi intención, como ya he mencionado, utilizar estas reflexiones para reivindicar la vuelta a un modelo de familia obsoleto, sino simplemente analizar las raíces de un problema que nos ha estallado entre las manos a consecuencia de la pandemia. Preciso es señalar que hace tiempo que, desde el propio movimiento feminista, se están lanzando propuestas de adaptación de las jornadas laborales a la conciliación familiar, que empiezan a atacar la raíz del problema. Mi tesis, sin embargo, es que estas propuestas, con ser positivas, son insuficientes: no es posible alcanzar esa conciliación (es decir unas condiciones de vida óptimas para los niños y los mayores en el entorno familiar) mientras los hombres y mujeres trabajadoras hayan de afrontar jornadas laborales de ocho o más horas, más los tiempos de transporte, cada vez mayores en las grandes ciudades, que les obligan a externalizar el cuidado de las personas mayores y de los niños en residencias y guarderías públicas y privadas. Aquellos que tanto se desgañitan clamando que "los niños no son propiedad del Estado" deberían reflexionar también sobre esto.

La reducción de la jornada laboral es un tema que debería estar en la agenda de cualquier país con el problema de paro que tiene España, no solo como posible solución a dicho problema ("trabajar todos para trabajar menos") sino también como herramienta de conciliación familiar que haga posible, de verdad, un verdadero reparto de los cuidados domésticos entre los miembros adultos de la familia en edad de trabajar. Solo la reducción de la jornada laboral - un asunto que está ausente de ĺa agenda sindical desde que, tras la 2ª Guerra Mundial, la oferta generalizada de crédito barato nos hizo adictos al consumo - crearía las condiciones para que criarse y envejecer en familia, algo que todos desearíamos para nosotros y para nuestros hijos, sea posible. Y un tema por tanto a tener en cuenta en los debates sobre "el día después" de la pandemia.